Ha empezado la última semana de mi estancia en Madrid y la verdad es que ya no sigue siendo una estancia en Madrid, ya que estoy escribiendo esta bitácora cerca del mar, con el ruido de las olas rompiéndose en las rocas en el trasfondo. Un poco más abajo hay una pequeña playa rocosa, donde amigues recién conocides están tomando el sol, y en la sombra de algunos pinos – donde yo estoy sentado – empieza una Highline de 90 metros que atraviesa la playa y se conecta con otro pino en el otro lado. En esta última semana de mi estancia estoy flotando en una burbuja de Slacklife, que consiste en estar fuera, movernos mucho y viajar en furgoneta. Todo esto me está dando ganas de pasar más tiempo en España y descubrir todo el país viajando de un lugar a otro, siempre buscando huecos en el paisaje donde se pueden montar cintas flojas.
El viernes pasado terminé mi segundo cuadro de bici justo a tiempo para que Fang, quien se ha hecho muy buena amiga mía, pudiese llevarse ambos cuadros que fabriqué en la Escuela Técnica de Bicicleta a su casa. Luego me despedí de Ron, mi compañero de clase, y Alex, mi profe de soldadura y trabajo con metal muy empático, y me fui a Alcorcón a recoger el resto de mis cosas. Después de forzar la cremallera de mi maletón y con la mochila llena, me despedí de Olga, mi anfitriona del mes pasado, y su hija Lara y me fui a casa de Fang para hacer las mochilas para una semana de aventuras. Al día siguiente recogimos a Cristina, quien fue la primera persona en ponerse en contacto conmigo a través del grupo de Slackline, y nos pusimos en marcha para llegar a Cogollos, un pueblo cerca de Granada, con vistas a Sierra Nevada y la ciudad. Allí pasamos dos días de fiesta, Highline y mucho AcroYoga, disfrutando de las temperaturas altas del sur de España y cayendo en el ritmo de vida, al mismo tiempo, físico y relajado de vivir en una furgoneta y pasar todo el día fuera.
De Cogollos nos llevamos a Ali, una chica del Südtirol que es amiga de Cristina, y entramos a Granada, donde hicimos un día de turismo, aprovechándonos del piso compartido de Ali para ducharnos y guardar nuestras cosas fuera de la furgo. Miramos el centro histórico con sus callejuelas estrechas, tomamos cañas con tapas y miramos el atardecer desde el mirador más alto con vistas de la ciudad y de la Alhambra. Al día siguiente bajamos a la playa donde estamos ahora, montamos la Highline y ahora nos estamos quedando algunos días aquí para recuperar algo de energía después de los primeros días intensos de la aventura. Y este ritmo de Slacklife me deja contentísimo. Sin embargo, no puedo seguir así mucho tiempo, ya que el domingo que viene ya me voy a Cataluña a visitar a mi abuela y luego regreso a casa en Suiza, lo que también me apetece mucho. Pero por el momento permanezco con el ruido de las olas y el movimiento de la cinta.